Normalmente asociamos estos trocitos de cartón a empresarios, gente de negocios y en definitiva a cualquiera que trabaje en oficinas. Se trata de un documento de pequeñas dimensiones cuya misión es ofrecer la información necesaria para que contactos nuevos, ya sean otros empresarios, clientes o el chico/a del bar puedan localizarnos.

Por norma general, la gente corriente no posee una tarjeta de presentación, por eso siempre acabamos escribiendo nuestro teléfono en la servilleta de una cafetería, un trozo de libreta rasgado o directamente en el directorio telefónico de nuestro objetivo.

Parece que se trata de un documento, a primera vista, innecesario, pues hay múltiples formas de dar nuestros datos de contacto a cualquiera, pero lo cierto es que una tarjeta de presentación es como la primera impresión que te llevas de alguien tras una charla de 5 minutos. La información que recibes de la otra persona por lo que respecta a datos es limitada, pero, por otra parte, recibes otros impactos: el estilo, si es agradable o no, si te gusta su perfume, y si, en definitiva, durante esos 5 minutos has estado a gusto, hecho que marcará la diferencia entre llamar o no llamar.

Por eso, una tarjeta de presentación es un documento más elaborado de lo que solemos pensar, debe captar la atención y lograr su objetivo: que nuestro  contacto  «latente» la guarde en la cartera o en el bolsillo con el impulso futuro de ponerse en contacto con nosotros.